Aura D`Arthenay, en Pequeño Grupo |
Me gusta el teatro, en ese momento que se apaga
la luz, y el público –o quienes sean ellos que están sentados- empieza a callar
su murmullo para terminar en un silencio profundo, y todo está por empezar. Esto
ocurre, sea quien sea se esté presentando, los consagrados, los que no, los que
tiene más o menos tiempo en su andar, tal vez es el único momento donde todos
somos iguales en el teatro, tal vez. Me gusta el teatro al tener la entrada, en
la cola, en la fila, donde no conoces a nadie y sabes quienes son todos. Me
gusta el teatro, y la cara de aquel niño de 1983, remoto ya, desaparecido,
secuestrado por el tiempo y el mismo teatro, ese niño viendo aquella obra
estudiantil, congelado en la distancia, sentenciado a morir intentando hacer
eso. Es un muerto el que escribe. Me gusta el teatro, y sus mentiras, tratando
de convencer con palabras ajenas, unos adentro y otros afuera de las tablas. Me
gusta el teatro, ese vacío final, esa desnudez, esa obstinación, esa
vulnerabilidad, esa inexplicable constancia y siembra, casi siempre sin frutos,
ese convertirse en campesino de la nada, cosechador de sueños que no existen
pero están ahí, sentirse un invasor. Me gusta el teatro, ese envejecer –matando
niños perdidos, como me mataron a mi-, ese ser juzgado sin piedad, esa rutina
que siempre es nueva, ese desgaste que te acaba y despierta en ti nuevas ideas
que te acabarán más adelante para que nazcan otras nuevas ideas, y así ir
muriendo -¿Cuántas veces habrá que morir?-, desgaste por el cual unos se van de
la meta sin saber adonde iban y otros se quedan alimentándose –del desgaste-,
esa contradicción. Me gusta el teatro, ese odio que te llegan a tener, sin que
nunca lo puedas comprender, como ese amor que puedes despertar sin que menos lo
puedas aceptar. Me gusta el teatro, esa manera de ignorarnos, esa invisibilidad
que nos sentencia, pero que nos protege a unos y mata a otros. Me gusta el
teatro, no por que lo hagamos mal o bien, pues siempre los bandos darán sus
opiniones, sino por ese sincero intento de hacerlo, de testimoniar, de cumplir.
Uno desarrolla una idea, la escribe en el tiempo de uno, sin molestar o robarle
nada a nadie, la expone en los pocos espacios que podemos ocupar, con la gente
que desea hacerlo, no veo el mal que hagamos. Me gusta el teatro, y la lucha
contra los demonios, verdaderos y falsos, contra ese rumor y esa arbitrariedad,
que es uno de los tantos cánceres del teatro y el arte en general. Creatividad
y libertad, no necesariamente es arbitrariedad. Así como decirle en la cara de
alguien lo mal que piensas de ella, no te hace necesariamente sincero, tal vez
te haga imprudente, especialmente si nadie te ha pedido tu opinión, y si la das
todavía en esas circunstancias, tal vez eso no te haga intrépido y valiente,
tal vez te haga abusador, incluso teniendo la razón, pues será la razón de tu óptica.
Me gusta el teatro, y la verdad verdadera –si es que esta existe. Supongamos
que sí-, casi siempre escondida, pocas veces triunfante, como la justicia
justiciera. Juego de palabras, este, que juegan con uno más bien. Me gusta el
teatro, y no pertenecer a nada, no sentirme de él, o no ser aceptado más bien,
a ratos, tal vez, solo en ese momento que se apaga la luz, y el público –o
quienes sean ellos- empieza a callar su murmullo, y todo está por empezar, ahí.
Me gusta el teatro, ese texto que te sorprende, ese grito que no llega a ser
grito, pues no es necesario, esa palabra subida de tono, esa grosería en el
texto pero dicha discretamente, esa risa que nace del público sin que el actor
la busque descaradamente, o cuando la busca sin buscarla, como encontrándola en
comunión con todo –texto, compañeros, director, en fin-. Me gusta el teatro,
esa cosa de creer que el buen teatro es que el hace uno. Me gusta el teatro, ese
actor que le cuesta y lo logra, ese actor que no tiene la culpa que no le
cueste y lo logra –fácilmente-. Me gustan los logros, fáciles o con alto costo
–aunque disfruto más estos últimos, pues nos cuesta tanto a nosotros las cosas,
escribir, montar, actuar. No somos victimas, somos afortunados de hacer, pero
nos cuesta-. Me gusta el teatro, ese trabajo en equipo donde cada quien hace lo
que le corresponde, universos privados en comunión, ese proceso que solo es
para uno y los involucrados, eso de lo que el público solo disfruta el
resultado. Me gusta el teatro, ese secreto que nació en bastidores y nunca
debería salir de ahí, pero que tristemente sale, adulterado y contaminado por
el chisme y la mala intención, a veces. Me
gusta el teatro y la lucha ante la ciudad que atenta contra la serenidad,
contra la puntualidad, ese ensayo, ese juntar un bolívar, ese ticket del metro
en el bolsillo, solitario en la cartera el día del estreno, ese eterno
comenzar, esa eterna promesa teatral a la que llegamos a convertirnos, ese ir
juntando anécdotas con miles de versiones, esas disculpas, tantas veces dadas,
ese perdón falso recibido. Me gusta el teatro, por lo injusto, no por lo
injusto claro está, sino por lo que aprendes de la lucha contra esa adversidad.
Esa tolerancia que se convierte en mandamiento y que –seamos sinceros- nada
ayuda, al menos no ha nosotros. Me gusta el teatro, esa idea propia que deja de
ser tuya y se convierte en realidad, esa idea ajena que la haces tuya y se
convierte en realidad, igual. Me gusta el teatro, esas miserias, esas envidias
–que nunca pueden ser sanas-, ese ego, ese silencio, esa impotencia, propia y
ajena, ese ser humanos y débiles. No es que me guste eso, es que hay que lidiar,
hay que seguir, hay que aceptar que somos. Me gusta el teatro, que se confundan
los recuerdos, la nostalgia por el futuro, esa culpa, esa liberación, ese
mensaje alentador, esa transformación para seguir siendo el mismo, esas canas,
esos amigos, ese mismo pantalón. Me gusta el teatro, luchar contra la
decepción, contra decepcionar, esa frustración, ese ser frustrante para los
demás, ese sistema perverso del que todos nos quejamos y al que todos
pertenecemos –el que no, dejo la puerta abierta para que se excluya-, esa
tribu, esa macolla, ese proyecto congelado, esa carta extraviada, esa sala
nunca dada, está ocupada. Me gusta el teatro, ese ensayar en lugares insólitos,
suspender ensayos por lluvia como si fuera un juego de béisbol, esos olores,
ese riesgo, ese morir, esa inseguridad, ese errar que te castiga, esa buena
acción que te libera –pero no del castigo-. Esa sala llena, pero de butacas vacías,
donde una siempre te habla como buena amiga y te explica que el público está
ocupado buscando otro tipo de risas, otras propuestas. Esas obras acumuladas en
el disco duro de computadoras prestadas, disco que se pone blando de tantos
golpes de personajes presos y sentenciados a no vivir. Me gusta en el teatro,
conocer a algunos inocos y fantasmas de la infancia, verlos en escena aunque
algunos ya están muertos -como aquel niño-, conversar con ellos, darles la
oportunidad de que corran y huyan de esa bala asesina. Inmortalizar a héroes
del deporte, citarlos, y que me digan que ese es un camino fácil para escribir,
me lo han dicho. Me gusta el teatro, en la crisis pasada, en la actual y en la
que vendrá, pues nunca ha sido fácil, al menos no para nosotros, y nunca lo
será. No puedo separar las cosas en “más difíciles” y “menos difíciles”, pues cuando
esas “menos difíciles” existían siempre fueron cuesta arriba, al menos para
nosotros. Que alguien robe menos que otro, no lo libera de ser ladrón, ambos lo
son. Entre una persona que mató a un ser humano, y otro que mató a 1000, lo
diferencia un número, pero para mí, son asesinos los dos, nadie debe matar a
nadie, como nadie debe robar a nadie. Ahora, que la justicia juzgue a cada
quien como mande la ley, es otra cosa. No me escondo en tecnicismos, es que no
soy optimista, me perdonan. Me gusta el teatro, todo, pero no sé, me gusta el
teatro que llaman de texto –me disculpo si es un error-, con actores en la
acción, en salas pequeñas, intimas. No es que no me guste otra cosa, pero, no
sé, eso me gusta mucho. Un Pequeño Grupo. Me gusta mucho el teatro, cuando la
veo a ella, tan menuda, delgada, crecida en escena, enorme, como de tres
metros, dueña de todo y muriendo por dentro. Tan valiente el personaje y con
tanto miedo la actriz. Daban tan poco por ella, y ahí está. Tan puntual, tan
compañera, tan buena gente, tan talentosa y como si nada. Me gusta el teatro,
especialmente con ella, ¿Con ella aquel niño despertó?. Me gusta el teatro, y eso no me libera de
nada, no nos hace especiales, me gusta, como a otros les gusta otra cosa. No
por que lo hagamos bien o mal, o por que te guste a ti o no lo que hagamos,
porque me hayas difamado, injusta o justamente, aunque nadie debería difamar,
las acciones deberían hablar y que te juzgue tu andar, o por que nos celebres, también pasa,
simplemente me gusta el teatro. Como público –jamás me he salido de una
función, no digo que esto sea bueno o malo, pero jamás me he salido de una obra
en desarrollo-, como participante, como soñador, como campesino de la nada,
como habitante que soy.
Me gusta el teatro, ese llegar temprano, escuchar
calentar la voz, el cuerpo, la emoción, el dolor, trabajar, revisar el texto,
la utilería, escuchar, ser leal, ese abrazo antes de la función, ese ritual,
ese “están dando sala” –la sala que es tuya pero que no te pertenece-, esos
extraños deseos, escatológicos algunos, esas piernas partidas, esas
maldiciones. Me gusta el teatro, conocer a maestros, amigos, el amor –en mi
caso-, historias, público, el sentirse pequeño como público y grande como
teatrero ante los trabajos sinceros, honestos, maravillosos, sensibles,
inteligentes, ocurrentes, con recursos o no, de tantos compañeros. Me gusta el
teatro, cuando el aplauso es cerrado y de pie, incluso cuando esos aplausos son
ofrecidos por dos o tres personas en el público. Me gusta el teatro, ese rigor,
ese compromiso, vencer las dificultades o caer vencido, sacar positivismo del
realismo nada alentador, sentir –al menos por un momento- que hay amistad, ese
gesto, ese ritual, ese nervio que sentimos y luego quisiera uno pasarlo al
público. Me gusta el teatro, y me disculpo, ocupamos tan pocos espacios, los
que conseguimos por milagro o por trabajo, no me quejo, reflexiono, nuestra
realidad es la misma de tantos compañeros. Me gusta el teatro, caminar por tu
espalda, tu emoción, besarte en la frente, pasear las palabras, tener un plan,
una metología, de uno, no improvisar, seguir tu instinto que es otra cosa. Me
gusta el teatro, ese agradecer, esa deuda eterna, esas gracias colgadas, esa
ayuda, esa confianza estimulante. Me gusta el teatro, ese ya no tener miedo de
decirlo, de esconderme, ejerzo mi derecho, no por que lo hagamos bien o mal,
eso es otra cosa. Nos gusta y seguiremos haciéndolo, aunque sea a ratos robados
en la terraza de nuestro edificio y solo nos vea un extrañado vecino del
edificio de al lado en pantalón corto y sin camisa, mientras tengamos vida, mientras
yo la tenga a ella y ella me tenga a mí. Aunque no la reconozcan, aunque
sigamos invisibles. No es que lo hagamos bien o mal, eso es otra cosa. Es que
lo intentamos y eso no perjudica a nadie. Nos gusta el teatro, aunque el teatro
no guste de lo que hagamos ahí.
Paúl / Junio 2016.