lunes, 31 de diciembre de 2018

Juramento para Aura


Te aseguro Aura Esperanza, por mis errores, mis pasos en falso y la certeza de mis dudas que seguiré descubriendo matices distintos en tu sonrisa. Pongo mi alma en garantía –en el mismo cielo donde empeñé mi razón por ti- que intentaré cuidarte en este bosque tenebroso que se ha vuelto la vida y seguiré haciendo de el un lugar seguro tal cual lo son tus manos -un castillo protector-. Juraría por mi honor, si llegase a ser necesario, que hurgaré en nuestro repleto pasado para hacer espacio y acurrucarnos protegidos de este extraño presente y desde ahí tomar fuerzas para seguir adelante. Palabra de caballero descalzo y tímido que esos 26 metros cuadrados que llamamos hogar seguirán siendo suficientes para no poner límites a nuestra felicidad. Pongo de por medio cada canción de amor de Serrat que haya sido plagiada usando falsas metáforas, cada cuento de Massiani que el maestro no escribió por estar embriagado en el tormento de la genialidad y cada poema abandonado por algún niño enamorado de su profesora –pues los poemas no se terminan, se abandonan como a la niñez- que haré lo que sea necesario para que tus pasos sean firmes, tu descanso prolongado, tu memoria alimentada de futuro, tu calma sea calma y no solo silencio -que es otra cosa- y tu experiencia sea provechosa para lo que viene y no solo se acumule inútilmente en la arteria más pequeña del corazón de una de tus muñecas de papel. Como en el tribunal de un mundo imaginario, con una mano puesta en un libro de teatro en vez de una biblia y la otra alzada solemnemente ante la humanidad y no ante Dios, que jamás despilfarraré el brillo de tus ojos, el color de tus labios, la discreción de tus líneas de expresión y la silueta de tus pies. Caminando por tu espalda, confieso que seré lo que quieras que sea, a pesar de la molestia que mi acción ocasione a algún despistado, pues ese tributo no me hará sumiso, me elevará a la felicidad de tu ser que es el lugar más sereno, humilde y acogedor que conozco. Feliz cumpleaños, Aura. Que el testimonio de tu vida se mantenga todo el tiempo que la eternidad tolere, con salud y aplausos bien ganados con trabajo, que son los únicos que conoces. Te amo. 31 de diciembre de 2018.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Café y Aura.



El café no sabe igual, tal vez sea el azúcar, me dicen. El agua tibia está helada, pero es tibia, según. El arroz queda pastoso ¿Olvidé hacerlo? Nada es igual que antes, me dicen. El cielo mantiene su azul hermoso, lo veo igual, se mantiene. Como la mirada de Aura, siempre ahí. Habrá que sostener la mirada hacia arriba por mucho tiempo, me dicen. Duele el cuelo. Habrá que acostarse boca arriba al aire libre para apreciar algo que se mantenga igual, me dicen. Luchar, me dicen. Que deje el pesimismo, me dicen. No entiendo. Eso creía que estaba haciendo, luchar, me refiero. No he dejado de trabajar, de estudiar, de hacer, esa es la única lucha que entiendo. ¿Pesimista? Esa no es la forma, me dicen. No entiendo. Me dicen tantas cosas, y este café no sabe igual. ¿Olvidé hacerlo? Sus labios saben igual. Sigo.

Para Aura, que llegó.


Yo no buscaba actrices para realizar obras no escritas, mucho menos iba a estar a buscando amores eternos que ni sabían que existían. Yo no era el solitario que no había encontrado el amor frente a un puente divagando si saltar o no al vacío de la cotidianidad. Ella llegó. Yo quería ordenar mis sueños de papel. Yo tenía 21 descarados años con una maleta llena de sueños que ni sabía estaban embalados. Yo era inseguro y cobarde, y me entendía así, comprendan, los valientes dirán que deben existir los cobardes para saber quien escribirá la historia. Yo no buscaba besos de valor. Yo no buscaba rebeldía en mi vida, mucho menos en el cabello revuelto que adornaba su sonrisa. Yo no tenía voz, pues algún silencio habría que haber en esta vida. Formas de comunicarme experimentaba y llegó ella. Yo no sabía escribir, pero tampoco buscaba manuales de ortografía, musas en las que no creo, yo buscaba maneras de enfrentar el trabajo de juntar palabras, y ella estaba ahí. Yo no buscaba cómplices, maneras para morir los diciembre y resucitar los abriles, socios para noches de luna. Yo no buscaba la muerte perfecta que no es otra que entregarte ciegamente y sin fin. Yo no buscaba entender los sutiles matices, tazas de café perfectas. Tuve suerte, ella estaba ahí. Yo no buscaba escribir estas tonterías. Yo no buscaba el perdón, cofres para guardar el temor, yo no buscaba donantes para mi hemorragia de confusión. Yo no buscaba vendas sacadas de su piel para cubrir las heridas conseguidas en ensayos con aquellos que el teatro es el pasatiempo de turno. Yo no buscaba un país pues tenía uno, y ahora ella es mi mapa perfecto que limita de norte a sur con mi cuerpo. Yo no buscaba esa sonrisa, esa mano siempre tibia, ese enfado, ese silencio sagrado. Yo no buscaba esa salsa para pasta hecha con nada y de la nada. Ella apareció como aparecen las personas que de alguna manera siempre han estado ahí. Yo no la buscaba, tuve suerte. Ella llegó.

Caracas. Noviembre 2018.

miércoles, 24 de enero de 2018

Tengo miedo




A veces tengo tanto miedo. Tengo miedo de auxiliar a una mujer llorando en la calle, a un hombre desmayado, a un niño perdido. El concepto de cobarde habrá que reinventarlo. Nunca me gustó arrojar piedras ante nada, sin querer dármelas de santo, solo lancé piedras frente al mar para verlas rebotar tantas veces sea posible, y resulta que ahora soy cobarde y soy culpable. No me escondo en metáforas. Tengo miedo de ayudar a un mendigo con un falso récipe médico y una historia inverosímil, a los artistas ambulantes que no cantan, no bailan y me miran amenazantes con la mano extendida después de su acto, a señores que acaban de salir de la cárcel por asesinato -según dicen- y solicitan una ayuda para no tener que volver a hacerlo. A pesar de mi miedo, preferiría el asalto. Pero tengo miedo. Tengo miedo de la mujer embarazada que se nos acerca extraviada, y lo peor, ya no sé si sentir esta vergüenza por mi miedo. Tengo miedo de la sentencia que me dice que mi miedo es inducido o que mi miedo es parte de un renacer. He llegado a tener miedo del anciano necesitado y temeroso, y hasta tengo miedo de su temor. Seguramente yo doy miedo con mi cara de miedo. Nos alumbra el mismo sol culpable de la vida en gran medida. Nos cubre el mismo indescriptible azul del cielo, y el mar sigue hermoso esperando repeler piedras indefensas de adolescentes que no piensan en su futuro, pues ya habrá edad para eso. Ese mismo sol que a veces nos maltrata. Distintos tonos de azul tiene el cielo y algunos de esos matices vaticinan tormentas. La prudencia y discreción dan miedo, pues todo se mezcla, y ya no sé si el miedo es de cobardes o te tontos o de valientes mal informados. Tengo miedo de esta piedra que tengo en la mano en lugar de mi torpe lápiz. Tengo miedo de mis pensamientos, de mi grito secuestrado por mi miedo. Se supone que no hay que tropezarse con la misma piedra y se han lanzado tantas. Se supone que debo ser valiente y luchar por lo que quiero, y tengo miedo de la torpe creencia de pensar que eso estaba haciendo mientras hacia lo único que se hacer de hecho. Habrá que reinventarse. Tengo miedo de esta profunda tristeza cotidiana de mi entender. Tengo miedo de mi miedo.

domingo, 31 de diciembre de 2017

A propósito del cumpleaños de Aura.




A propósito del cumpleaños de Aura. Suelo recordar que ella estaba conmigo en momentos y situaciones donde en tiempo real sería imposible, sencillamente por que no la conocía en esas fechas. Entonces ¿Son esos recuerdos? No sé si es bueno, es malo, o si es sano. A mí me gusta esa travesura de la mente. Creo ver a Aura a mi lado la primera vez que siendo un niño muy pequeño conocí el mar, y creo que yo -ingenuo salvavidas- la cuidaba de no ahogarse, pues Aura, al igual que ahora, no sabía nadar. Me veo llegar al colegio ¿2 grado? para buscarla y contarle sobre un sueño donde inevitablemente ella estaba jugando conmigo a atrapar hojas bajo un árbol que las soltaba sin parar, el mismo árbol donde nos besamos por primera vez y sin tocarnos. Tengo e recuerdo de caminar con ella llevando sus libros por las calles de un Caripe remoto, para luego al doblar la esquina volver tranquilamente a Caracas, acostarme en casa pensando en ella y despertar en Liverpool o Barcelona, para salir corriendo nuevamente a Caripe, buscarla y convencerme que ella era real. Tengo la idea que la primera vez que leí “Piedra de mar” fue de una edición que ella me prestó, y que se la devolvería años después cuando juntamos nuestros libros en una misma alacena de sueños y café. Recuerdo algún verbo mal conjugado en una carta que no terminé, y ella calmándome solidaria a mi lado. La primera y única vez que intenté un poema, fue para Aura. Recuerdo, que con 10 años nos gustaba perder el tiempo para ganar vida jugando a atrapar hojas que caían naturalmente del árbol aquel ¿O fue un sueño que le conté? Mi primera navidad, ya con edad para recordar, la visualizo con ella destapando nuestros regalos y compartiéndolos mutuamente, jugando a carritos y muñecas, tímidos de vernos a los ojos, pero felices. Mi primer fin de año, creo recordar que fue a su lado. Es como si no hubiera tenido vida, no sin ella, pues un pasado distinto no me interesa, me disculpan la franqueza. Creo recordar como si hubiera sido ayer que el último 31 de diciembre de mi existencia en aquel manicomio que es la vida, con la cabeza repleta de recuerdos luchando en mi mente, le dije con las pocas fuerzas que tenía -Feliz cumpleaños, amor mío-. Creo recordar -no me llega el año- morir feliz y agradecido pensando en ella. Te amo toda, Aura de mi vida. Feliz Cumpleaños.