viernes, 30 de noviembre de 2018

Café y Aura.



El café no sabe igual, tal vez sea el azúcar, me dicen. El agua tibia está helada, pero es tibia, según. El arroz queda pastoso ¿Olvidé hacerlo? Nada es igual que antes, me dicen. El cielo mantiene su azul hermoso, lo veo igual, se mantiene. Como la mirada de Aura, siempre ahí. Habrá que sostener la mirada hacia arriba por mucho tiempo, me dicen. Duele el cuelo. Habrá que acostarse boca arriba al aire libre para apreciar algo que se mantenga igual, me dicen. Luchar, me dicen. Que deje el pesimismo, me dicen. No entiendo. Eso creía que estaba haciendo, luchar, me refiero. No he dejado de trabajar, de estudiar, de hacer, esa es la única lucha que entiendo. ¿Pesimista? Esa no es la forma, me dicen. No entiendo. Me dicen tantas cosas, y este café no sabe igual. ¿Olvidé hacerlo? Sus labios saben igual. Sigo.

Para Aura, que llegó.


Yo no buscaba actrices para realizar obras no escritas, mucho menos iba a estar a buscando amores eternos que ni sabían que existían. Yo no era el solitario que no había encontrado el amor frente a un puente divagando si saltar o no al vacío de la cotidianidad. Ella llegó. Yo quería ordenar mis sueños de papel. Yo tenía 21 descarados años con una maleta llena de sueños que ni sabía estaban embalados. Yo era inseguro y cobarde, y me entendía así, comprendan, los valientes dirán que deben existir los cobardes para saber quien escribirá la historia. Yo no buscaba besos de valor. Yo no buscaba rebeldía en mi vida, mucho menos en el cabello revuelto que adornaba su sonrisa. Yo no tenía voz, pues algún silencio habría que haber en esta vida. Formas de comunicarme experimentaba y llegó ella. Yo no sabía escribir, pero tampoco buscaba manuales de ortografía, musas en las que no creo, yo buscaba maneras de enfrentar el trabajo de juntar palabras, y ella estaba ahí. Yo no buscaba cómplices, maneras para morir los diciembre y resucitar los abriles, socios para noches de luna. Yo no buscaba la muerte perfecta que no es otra que entregarte ciegamente y sin fin. Yo no buscaba entender los sutiles matices, tazas de café perfectas. Tuve suerte, ella estaba ahí. Yo no buscaba escribir estas tonterías. Yo no buscaba el perdón, cofres para guardar el temor, yo no buscaba donantes para mi hemorragia de confusión. Yo no buscaba vendas sacadas de su piel para cubrir las heridas conseguidas en ensayos con aquellos que el teatro es el pasatiempo de turno. Yo no buscaba un país pues tenía uno, y ahora ella es mi mapa perfecto que limita de norte a sur con mi cuerpo. Yo no buscaba esa sonrisa, esa mano siempre tibia, ese enfado, ese silencio sagrado. Yo no buscaba esa salsa para pasta hecha con nada y de la nada. Ella apareció como aparecen las personas que de alguna manera siempre han estado ahí. Yo no la buscaba, tuve suerte. Ella llegó.

Caracas. Noviembre 2018.