domingo, 31 de diciembre de 2017

A propósito del cumpleaños de Aura.




A propósito del cumpleaños de Aura. Suelo recordar que ella estaba conmigo en momentos y situaciones donde en tiempo real sería imposible, sencillamente por que no la conocía en esas fechas. Entonces ¿Son esos recuerdos? No sé si es bueno, es malo, o si es sano. A mí me gusta esa travesura de la mente. Creo ver a Aura a mi lado la primera vez que siendo un niño muy pequeño conocí el mar, y creo que yo -ingenuo salvavidas- la cuidaba de no ahogarse, pues Aura, al igual que ahora, no sabía nadar. Me veo llegar al colegio ¿2 grado? para buscarla y contarle sobre un sueño donde inevitablemente ella estaba jugando conmigo a atrapar hojas bajo un árbol que las soltaba sin parar, el mismo árbol donde nos besamos por primera vez y sin tocarnos. Tengo e recuerdo de caminar con ella llevando sus libros por las calles de un Caripe remoto, para luego al doblar la esquina volver tranquilamente a Caracas, acostarme en casa pensando en ella y despertar en Liverpool o Barcelona, para salir corriendo nuevamente a Caripe, buscarla y convencerme que ella era real. Tengo la idea que la primera vez que leí “Piedra de mar” fue de una edición que ella me prestó, y que se la devolvería años después cuando juntamos nuestros libros en una misma alacena de sueños y café. Recuerdo algún verbo mal conjugado en una carta que no terminé, y ella calmándome solidaria a mi lado. La primera y única vez que intenté un poema, fue para Aura. Recuerdo, que con 10 años nos gustaba perder el tiempo para ganar vida jugando a atrapar hojas que caían naturalmente del árbol aquel ¿O fue un sueño que le conté? Mi primera navidad, ya con edad para recordar, la visualizo con ella destapando nuestros regalos y compartiéndolos mutuamente, jugando a carritos y muñecas, tímidos de vernos a los ojos, pero felices. Mi primer fin de año, creo recordar que fue a su lado. Es como si no hubiera tenido vida, no sin ella, pues un pasado distinto no me interesa, me disculpan la franqueza. Creo recordar como si hubiera sido ayer que el último 31 de diciembre de mi existencia en aquel manicomio que es la vida, con la cabeza repleta de recuerdos luchando en mi mente, le dije con las pocas fuerzas que tenía -Feliz cumpleaños, amor mío-. Creo recordar -no me llega el año- morir feliz y agradecido pensando en ella. Te amo toda, Aura de mi vida. Feliz Cumpleaños.

viernes, 8 de diciembre de 2017

“La disciplina artística en un mundo indisciplinado”


“La disciplina artística en un mundo indisciplinado”

Describir, criticar, reflexionar, denunciar, determinar causas y consecuencias y (si es posible) hacer una propuesta libre, son las pautas para un ensayo, según la última clase de Unearte en Dialogo, del día viernes 24 de noviembre de 2017. Uno de los temas tocados en esta clase fue el relacionado a la disciplina del artista. Debo confesar, que ese tema, me interesa mucho, o me mortifica, no sé bien. Sin querer caer en lugares comunes, estamos claro que toda actividad que requiere del ingenio humano debe estar signada por la disciplina. Pero ¿Qué es la disciplina? ¿Con qué se come eso? Podemos decir -aún sabiendo la complejidad del término- que la disciplina es el rigor, entrega  y pasión, con la cual enfrentas una actividad. El desarrollo de una metodología, la cual siempre se debe ir mejorando. Pienso que si esa actividad está ligada a lo artístico, puede ser que esa disciplina requiera de un extra, de algo más. Grandes triunfadores del arte han sido poseedores de una gran disciplina. Entiendo que en el arte -sin querer caer en clichés- se trabaja con los sentimientos a flor de piel, el ego, y la vulnerabilidad. El artista, está muy expuesto, en fin. Pero el rigor, el mantener ciertos códigos de ética e incluso de honor, hay que tenerlos siempre presente ¿Por qué? ¿Por fanatismo? ¿Por seguir costumbres? ¿Por estar locos por ser “artistas”? No. Sencillamente por mantener el más alto nivel posible de la actividad que realizamos, por respeto a los compañeros de trabajo y, muy importante, por respeto al público. Lamentablemente, en estos últimos años, hemos notado por observación, al menos en la gente de teatro –y quién esto intenta escribir tiene más de 25 años relacionado al medio- se ha perdido cierta disciplina, misticismos y rigor al enfrentar el hecho teatral. El llegar tarde a un ensayo, o no asistir, era algo impensable antes, no sé que tenía que pasar para faltar a una convocatoria, creo que la muerte. Hoy en día, la gente involucrada en un proyecto teatral falta a un ensayo por qué está lloviendo, por que hace calor o por que hay rumores en la calle. Entiendo que vivimos tiempos complejos, en una ciudad cada día más caótica, cuyos medios de transporte han desmejorado, pero, que no nos tiemble el pulso en decirlo, siempre han sido complejos los tiempos. Si alguien se tomó la molestia en llegar al ensayo ¿Por qué no pude hacerlo? ¿No son las mismas condiciones para todos? ¿El caos de la ciudad no es igual para todo el mundo? Hablo de un ensayo como parte de la metodología de trabajo, podría tocar otros aspectos y el resultado seria igual. La misma entrega se ha perdido, la pasión ¿Y no es entrega y pasión características importantes para nosotros? ¿Por qué? ¿Será que no nos salvamos de la descomposición social que atravesamos a nivel mundial en estos tiempos? ¿Será que son ciclos y ahora nos tocó este? Tal vez. Nosotros fuimos formados con profesores de alto rigor. No digo que los de ahora no lo sean, seguramente sí. Los cuatro profesores que nos han atendido en este período de transición han sido muy buenos, todos. Lo cortés no quita lo valiente. Simplemente digo algo que en lo personal viví. La Escuela de teatro de la que egresé hace 26 años, y la cual me tiene aquí en Unearte era de muy alto nivel de disciplina. En tiempos donde la palabra era ley, y un apretón de mano un contrato firmado. Una obra de teatro y todo lo que eso involucra era algo sagrado, eso recuerdo. ¿Será que se ha bajado la guardia en ese sentido? No lo sé, no quiero juzgar, no quiero caer en tremendismos, ni en comparaderas odiosas. Solo reflexiono, critico, denuncio, me desahogo y cumplo con las pautas de la tarea, pero pienso que es preciso que incorporen a los programas de nuestras escuelas de artes materias relacionadas al tema, pero de manera seria y formal, no un saludo a la bandera. No se si la asignatura ya existe, pero pienso que si ya está incluida, hay que replantearla, hay que darle una vuelta al asunto, pues algo pasa hoy en día donde el teatrero falta a una función con una facilidad, con un “a mi que me importa”, que asusta. El hacerlo, el revisar esa materia, no es un gasto, es una inversión, es preciso, es urgente.
Amigos, sin querer descubrir el agua tibia, en líneas generales necesitamos rescatar valores de honestidad, responsabilidad y compromisos, y nosotros, los artistas, no estamos libres de esto. Es importante. Los más beneficiados de esto, será el público, pero yendo más allá, será el país todo. Nunca dejaré de ser optimista. Aquí estoy reflexionando sobre el tema, pero apunto a mejorar. Lo que yo pueda hacer, lo haré.  
Termino agradeciendo, con respeto y sinceridad a la profesora Cleiber Carolina Zambrano, quién nos informó de detalles importantes para enfrentar esta nueva etapa de la vida, la de estudiante universitario con 50 años de edad. Nos motivó, y nos puso a reflexionar sobre estos temas, y eso se agradece. Quedamos siempre a su orden.


Paúl Salazar Rivas. Diciembre 2017.

Si fuera candidato.



No es una crítica, un rechazo a ese oficio, es que no me gusta para mí, como muchos otros trabajos, pero eso no me hace tener algo en contra de esa profesión. No inventen queridos amigos. Por ejemplo, el ser médico es una maravillosa profesión ¿verdad? Pues yo nunca habría sido eso. Y es una labor maravillosa. Su principio es salvar vidas, curarlas, ayudar, en fin. Todo eso es bueno, pero no me veo en esa actividad. Pero no significa que tenga algo en contra de los médicos. Expongo esto para explicar un punto. Bien. Creo que nunca habría sido político. Pero aplica lo mismo que con los médicos, no tengo nada en contra de ellos, al menos nada de lo que algunos puedan pensar. Seguramente es una profesión para la cual hay que tener vocación de servicio, de ayudar y todo eso, pero yo, no sé, no me veo, nunca me he visto. Realmente, desde los 13 años –aproximadamente- no he querido ser otra cosa que no sea teatrero, he pagado el precio, pero no los fastidiaré con eso, lo haré con otra cosa. Ya quedó claro, que sin tener nada particular en contra de ellos, no sería político, como tampoco sería médico, y probablemente tampoco sería bombero y policía, y estamos claro que todas estas profesiones son muy importantes y valiosas, que requieren de personas especiales y comprometidas. Ahora, si por alguna razón inexplicable de las que pasan en el mundo, un día despierto en una extraña película de la vida real y me viera en el mundo de la política, y peor aún, me encontrara en la difícil posición de estar compitiendo por algún cargo de elección popular -el que sea-, es decir, tener que salir en público para decirle a la gente que voten por mí por qué “yo soy el tipo”, caramba, que difícil. Creo que no tendría ninguna oportunidad de ganar, entendiendo los cánones de campañas electores, incluyendo a los electores, pues daría una orden estricta para todo aquel que –por alguna extraña razón que ellos sabrán- me acompañe en semejante tarea, a la discreción. Lo cual, entiendo me condenaría. Seguramente, sería firme y decidido –eso es otra cosa-, pero discreto, respetuoso, sincero. Sin jingles de campañas, afiches multicolores, y esas cosas. Sé que no descubro que una rueda en bajada va más rápido, que muchos políticos en el mundo han realizado campañas sin canciones pegajosas y toda esa parafernalia. Pero yo, en estos tiempos, andaría con discreción, austeridad –sé que todos lo dicen- y sin camiones por ahí con enormes cornetas, sonando música a todo volumen promocionando mi candidatura. No calumniaría a nadie, y no por rabo de paja -que no tengo-, es que no quisiera llegar a ningún puesto por desacreditar a alguien, no quiero ser “el menos malo”, el que llegó por los errores del otro, por un desliz ventilado, no quisiera caer en eso de: “la política es así”, en eso de: “en la guerra todo se vale”. Y quién me difame, y entiéndase por difamar el decir algo grave contra mi, pero absolutamente falso, solo con el objetivo de ganar la elección sin importarle el daño que pueda causar a terceros al decir mentiras amparado en eso de que: “la política es así”, se tendrá que atener a lo que ley diga, pues la usaría para defenderme, y por los canales regulares, aunque salga con las tablas en la cabeza, y la ley que deba protegerme no lo haga. No es una bravocunada, por favor, es sentido común y respeto ¿Me explico? Seré muy rencoroso, pero no espere el compañero que al final de la campaña nos tomaremos un café para hacer las pases por qué la “política es así”, después que familia y amigos pasaron la vergüenza de verme en envuelto en calumnias y mentiras, que solo buscaban promocionar a algún candidato desacreditando al hijo de Ana María, pues, “así es la política”. Qué asuma su responsabilidad como yo asumiré la mía. Sería un candidato de esos que, no sé, de esos que dan la mano con el mismo peso de un contrato firmado ¿Se entiende? Por más trapos sucios que sepa de alguien, no lo usaría, pues me concentraría en lo que yo pueda ofrecer. Obviamente no tendría ninguna oportunidad, pues le dejaría claro a los que me acompañen, que sea cual sea la situación, no podemos decir ninguna mentira, ni medias verdades. Ni discursos estratégicamente pensados para decir cosas ambiguas que hacen entender al elector otras. Disculpen el lugar común, pero no prometiera nada que no se pueda cumplir, y si hay cosas muy difíciles de cumplir, pero no imposible, así mismo lo explicaría, pero no por engaños, ni filigrana, no, lo dijera así mismo. No buscaría frases con pegada, y esas cosas, entiendo el fin, pero buscaría explicarme de otra forma, no sé ¿Con la verdad?, sé que estaría perdido, pero así intentaría hacer las cosas. No sé como haría, pero no pegaría un solo afiche en ninguna pared, ni colgaría pendones en ningún poste, ni nada de eso. No sé como me promocionaría, pero sé que eso no lo haría. No fuera un falso optimista con sonrisitas fingidas ni nada de eso. Pocas veces sonrío en fotos, no voy a venir a sonreír ahora. Eso sí, no puedo decir que no besaría bebes en la calle, pues quienes me conozcan un poquito saben que adoro a los bebes. Me perdonarán esa. Comprometería a todos los que –por alguna razón que no puedo entender- estén conmigo a un acto sobrehumano de honestidad, prometiendo el tratar de hacer las cosas bien y de manera asquerosamente transparente. Les comprometería a asumir la responsabilidad de sus actos. No sé. Respondería preguntas, las que sean, y concretando, pero tampoco sin que me estén apurando, y cada vez que un periodista me diga –Respóndame esto con la verdad- Le diría. -Claro ¿De qué otra forma puedo responder?-. Con todo respeto a los que hacen eso, y a los que ofrecen el legítimo servicio, pues entiendo que es parte del asunto, pero no tendría asesores de imagen ni nada de eso. Seguramente me asesoraría con alguien sobre temas que competan al cargo que aspiro, pero en el ámbito estricto de los problemas a resolver. Dejaría claro a familiares, amigos y conocidos, que bajo ningún concepto los favoreceré –de ser increíblemente electo- en nada que no sea un derecho común y corriente al que tengan acceso todos por igual. Respetaría el protocolo de las cosas, pues lo podría entender, pero trataría en lo posible de eliminar actos públicos, y esas cosas, no sé como decirlo, trataría de dedicar todo el tiempo en trabajar en resolver los problemas de la competencia al cargo, más nada. Sé, y entiendo lo complejo del asunto. No estoy descubriendo el agua tibia, pero trataría de ser muy normal, discreto. No haría chistecitos de campaña, ni dármelas de simpático, creo que saldría a buscar el voto, casi con pena, como pidiendo disculpas, no por qué no me valore, por complejo, es difícil explicar, pero no entiendo a tanto candidato -de cualquier tendencia- con cara de “aquí no pasa nada”, “yo no tengo la culpa de algo”. Con un optimismo extraño, prometiendo cosas ya prometidas y que para colmo no son de su competencia, prometiendo especialmente soluciones que nunca llegan, no sé. Lamento mucho si otros lo han hecho de esta manera que intento explicar aquí, salieron victoriosos y resultaron más de lo mismo. Lo lamento. Yo hablo por mí. Tranquilos, es un ejercicio de imaginación. Es que me tiene podrido el camión que pasa por mi casa cada 10 minutos, con música de reguetón, a veces con gaita, invitándonos a unas bellas navidades si votamos por fulanito. Lo de mis navidades lo resolveré con mi esposa, mi mamá y mi familia. Realmente, y con todo respeto, no tengo la más minina idea de qué lleva a una persona a postularse a un cargo de elección popular. Seguramente, algún político, en su legítimo derecho de aspirar a un cargo público, pensará ¿Qué tiene ese señor en la cabeza para querer estar escribiendo obras de teatro?

Paúl Salazar Rivas Diciembre 2017.
Caracas; Venezuela.