jueves, 16 de junio de 2016

Me gusta el teatro.





Aura D`Arthenay, en Pequeño Grupo
 Me gusta el teatro, en ese momento que se apaga la luz, y el público –o quienes sean ellos que están sentados- empieza a callar su murmullo para terminar en un silencio profundo, y todo está por empezar. Esto ocurre, sea quien sea se esté presentando, los consagrados, los que no, los que tiene más o menos tiempo en su andar, tal vez es el único momento donde todos somos iguales en el teatro, tal vez. Me gusta el teatro al tener la entrada, en la cola, en la fila, donde no conoces a nadie y sabes quienes son todos. Me gusta el teatro, y la cara de aquel niño de 1983, remoto ya, desaparecido, secuestrado por el tiempo y el mismo teatro, ese niño viendo aquella obra estudiantil, congelado en la distancia, sentenciado a morir intentando hacer eso. Es un muerto el que escribe. Me gusta el teatro, y sus mentiras, tratando de convencer con palabras ajenas, unos adentro y otros afuera de las tablas. Me gusta el teatro, ese vacío final, esa desnudez, esa obstinación, esa vulnerabilidad, esa inexplicable constancia y siembra, casi siempre sin frutos, ese convertirse en campesino de la nada, cosechador de sueños que no existen pero están ahí, sentirse un invasor. Me gusta el teatro, ese envejecer –matando niños perdidos, como me mataron a mi-, ese ser juzgado sin piedad, esa rutina que siempre es nueva, ese desgaste que te acaba y despierta en ti nuevas ideas que te acabarán más adelante para que nazcan otras nuevas ideas, y así ir muriendo -¿Cuántas veces habrá que morir?-, desgaste por el cual unos se van de la meta sin saber adonde iban y otros se quedan alimentándose –del desgaste-, esa contradicción. Me gusta el teatro, ese odio que te llegan a tener, sin que nunca lo puedas comprender, como ese amor que puedes despertar sin que menos lo puedas aceptar. Me gusta el teatro, esa manera de ignorarnos, esa invisibilidad que nos sentencia, pero que nos protege a unos y mata a otros. Me gusta el teatro, no por que lo hagamos mal o bien, pues siempre los bandos darán sus opiniones, sino por ese sincero intento de hacerlo, de testimoniar, de cumplir. Uno desarrolla una idea, la escribe en el tiempo de uno, sin molestar o robarle nada a nadie, la expone en los pocos espacios que podemos ocupar, con la gente que desea hacerlo, no veo el mal que hagamos. Me gusta el teatro, y la lucha contra los demonios, verdaderos y falsos, contra ese rumor y esa arbitrariedad, que es uno de los tantos cánceres del teatro y el arte en general. Creatividad y libertad, no necesariamente es arbitrariedad. Así como decirle en la cara de alguien lo mal que piensas de ella, no te hace necesariamente sincero, tal vez te haga imprudente, especialmente si nadie te ha pedido tu opinión, y si la das todavía en esas circunstancias, tal vez eso no te haga intrépido y valiente, tal vez te haga abusador, incluso teniendo la razón, pues será la razón de tu óptica. Me gusta el teatro, y la verdad verdadera –si es que esta existe. Supongamos que sí-, casi siempre escondida, pocas veces triunfante, como la justicia justiciera. Juego de palabras, este, que juegan con uno más bien. Me gusta el teatro, y no pertenecer a nada, no sentirme de él, o no ser aceptado más bien, a ratos, tal vez, solo en ese momento que se apaga la luz, y el público –o quienes sean ellos- empieza a callar su murmullo, y todo está por empezar, ahí. Me gusta el teatro, ese texto que te sorprende, ese grito que no llega a ser grito, pues no es necesario, esa palabra subida de tono, esa grosería en el texto pero dicha discretamente, esa risa que nace del público sin que el actor la busque descaradamente, o cuando la busca sin buscarla, como encontrándola en comunión con todo –texto, compañeros, director, en fin-. Me gusta el teatro, esa cosa de creer que el buen teatro es que el hace uno. Me gusta el teatro, ese actor que le cuesta y lo logra, ese actor que no tiene la culpa que no le cueste y lo logra –fácilmente-. Me gustan los logros, fáciles o con alto costo –aunque disfruto más estos últimos, pues nos cuesta tanto a nosotros las cosas, escribir, montar, actuar. No somos victimas, somos afortunados de hacer, pero nos cuesta-. Me gusta el teatro, ese trabajo en equipo donde cada quien hace lo que le corresponde, universos privados en comunión, ese proceso que solo es para uno y los involucrados, eso de lo que el público solo disfruta el resultado. Me gusta el teatro, ese secreto que nació en bastidores y nunca debería salir de ahí, pero que tristemente sale, adulterado y contaminado por el chisme y la mala intención, a veces.  Me gusta el teatro y la lucha ante la ciudad que atenta contra la serenidad, contra la puntualidad, ese ensayo, ese juntar un bolívar, ese ticket del metro en el bolsillo, solitario en la cartera el día del estreno, ese eterno comenzar, esa eterna promesa teatral a la que llegamos a convertirnos, ese ir juntando anécdotas con miles de versiones, esas disculpas, tantas veces dadas, ese perdón falso recibido. Me gusta el teatro, por lo injusto, no por lo injusto claro está, sino por lo que aprendes de la lucha contra esa adversidad. Esa tolerancia que se convierte en mandamiento y que –seamos sinceros- nada ayuda, al menos no ha nosotros. Me gusta el teatro, esa idea propia que deja de ser tuya y se convierte en realidad, esa idea ajena que la haces tuya y se convierte en realidad, igual. Me gusta el teatro, esas miserias, esas envidias –que nunca pueden ser sanas-, ese ego, ese silencio, esa impotencia, propia y ajena, ese ser humanos y débiles. No es que me guste eso, es que hay que lidiar, hay que seguir, hay que aceptar que somos. Me gusta el teatro, que se confundan los recuerdos, la nostalgia por el futuro, esa culpa, esa liberación, ese mensaje alentador, esa transformación para seguir siendo el mismo, esas canas, esos amigos, ese mismo pantalón. Me gusta el teatro, luchar contra la decepción, contra decepcionar, esa frustración, ese ser frustrante para los demás, ese sistema perverso del que todos nos quejamos y al que todos pertenecemos –el que no, dejo la puerta abierta para que se excluya-, esa tribu, esa macolla, ese proyecto congelado, esa carta extraviada, esa sala nunca dada, está ocupada. Me gusta el teatro, ese ensayar en lugares insólitos, suspender ensayos por lluvia como si fuera un juego de béisbol, esos olores, ese riesgo, ese morir, esa inseguridad, ese errar que te castiga, esa buena acción que te libera –pero no del castigo-. Esa sala llena, pero de butacas vacías, donde una siempre te habla como buena amiga y te explica que el público está ocupado buscando otro tipo de risas, otras propuestas. Esas obras acumuladas en el disco duro de computadoras prestadas, disco que se pone blando de tantos golpes de personajes presos y sentenciados a no vivir. Me gusta en el teatro, conocer a algunos inocos y fantasmas de la infancia, verlos en escena aunque algunos ya están muertos -como aquel niño-, conversar con ellos, darles la oportunidad de que corran y huyan de esa bala asesina. Inmortalizar a héroes del deporte, citarlos, y que me digan que ese es un camino fácil para escribir, me lo han dicho. Me gusta el teatro, en la crisis pasada, en la actual y en la que vendrá, pues nunca ha sido fácil, al menos no para nosotros, y nunca lo será. No puedo separar las cosas en “más difíciles” y “menos difíciles”, pues cuando esas “menos difíciles” existían siempre fueron cuesta arriba, al menos para nosotros. Que alguien robe menos que otro, no lo libera de ser ladrón, ambos lo son. Entre una persona que mató a un ser humano, y otro que mató a 1000, lo diferencia un número, pero para mí, son asesinos los dos, nadie debe matar a nadie, como nadie debe robar a nadie. Ahora, que la justicia juzgue a cada quien como mande la ley, es otra cosa. No me escondo en tecnicismos, es que no soy optimista, me perdonan. Me gusta el teatro, todo, pero no sé, me gusta el teatro que llaman de texto –me disculpo si es un error-, con actores en la acción, en salas pequeñas, intimas. No es que no me guste otra cosa, pero, no sé, eso me gusta mucho. Un Pequeño Grupo. Me gusta mucho el teatro, cuando la veo a ella, tan menuda, delgada, crecida en escena, enorme, como de tres metros, dueña de todo y muriendo por dentro. Tan valiente el personaje y con tanto miedo la actriz. Daban tan poco por ella, y ahí está. Tan puntual, tan compañera, tan buena gente, tan talentosa y como si nada. Me gusta el teatro, especialmente con ella, ¿Con ella aquel niño despertó?.  Me gusta el teatro, y eso no me libera de nada, no nos hace especiales, me gusta, como a otros les gusta otra cosa. No por que lo hagamos bien o mal, o por que te guste a ti o no lo que hagamos, porque me hayas difamado, injusta o justamente, aunque nadie debería difamar, las acciones deberían hablar y que te juzgue tu andar, o  por que nos celebres, también pasa, simplemente me gusta el teatro. Como público –jamás me he salido de una función, no digo que esto sea bueno o malo, pero jamás me he salido de una obra en desarrollo-, como participante, como soñador, como campesino de la nada, como habitante que soy.
Me gusta el teatro, ese llegar temprano, escuchar calentar la voz, el cuerpo, la emoción, el dolor, trabajar, revisar el texto, la utilería, escuchar, ser leal, ese abrazo antes de la función, ese ritual, ese “están dando sala” –la sala que es tuya pero que no te pertenece-, esos extraños deseos, escatológicos algunos, esas piernas partidas, esas maldiciones. Me gusta el teatro, conocer a maestros, amigos, el amor –en mi caso-, historias, público, el sentirse pequeño como público y grande como teatrero ante los trabajos sinceros, honestos, maravillosos, sensibles, inteligentes, ocurrentes, con recursos o no, de tantos compañeros. Me gusta el teatro, cuando el aplauso es cerrado y de pie, incluso cuando esos aplausos son ofrecidos por dos o tres personas en el público. Me gusta el teatro, ese rigor, ese compromiso, vencer las dificultades o caer vencido, sacar positivismo del realismo nada alentador, sentir –al menos por un momento- que hay amistad, ese gesto, ese ritual, ese nervio que sentimos y luego quisiera uno pasarlo al público. Me gusta el teatro, y me disculpo, ocupamos tan pocos espacios, los que conseguimos por milagro o por trabajo, no me quejo, reflexiono, nuestra realidad es la misma de tantos compañeros. Me gusta el teatro, caminar por tu espalda, tu emoción, besarte en la frente, pasear las palabras, tener un plan, una metología, de uno, no improvisar, seguir tu instinto que es otra cosa. Me gusta el teatro, ese agradecer, esa deuda eterna, esas gracias colgadas, esa ayuda, esa confianza estimulante. Me gusta el teatro, ese ya no tener miedo de decirlo, de esconderme, ejerzo mi derecho, no por que lo hagamos bien o mal, eso es otra cosa. Nos gusta y seguiremos haciéndolo, aunque sea a ratos robados en la terraza de nuestro edificio y solo nos vea un extrañado vecino del edificio de al lado en pantalón corto y sin camisa, mientras tengamos vida, mientras yo la tenga a ella y ella me tenga a mí. Aunque no la reconozcan, aunque sigamos invisibles. No es que lo hagamos bien o mal, eso es otra cosa. Es que lo intentamos y eso no perjudica a nadie. Nos gusta el teatro, aunque el teatro no guste de lo que hagamos ahí.
Paúl / Junio 2016.



 

1 comentario:

  1. Me gusta el teatro. Desde la butaca. En primera fila, o en la última. En el centro de la fila o en las puntas. Me gusta el teatro. Ya sea con la risa de la comedia o con el efecto purificador de la tragedia. Me gusta el teatro, aunque nunca haya estado sobre las tablas. Aunque nunca haya estado detrás del telón. Aunque nunca haya estado tras bastidores. Me gusta el teatro, me gustan los teatreros. Su vida, su pasión, su mundo. Los admiro, con la admiración que el ignorante siente por el sabio cuando adquiere conciencia de su ignorancia, cuando además, adquiere conciencia de la sabiduría del sabio. Me gusta el teatro, cuando seleccionan el vestuario, eligen el maquillaje, se introducen en la trama, asumen su personaje. Me gusta el teatro, con la sala vacía o llena. Me gusta el teatro, cuando los teatreros dejan de lado su vanidad y valoran su arte por lo que hacen y no por una sala llena. Me gusta el teatro, cuando los actores se inclinan en reverencia ante la ovación del público satisfecho. Me gusta el teatro, cuando el director dirige y el actor actúa, cuando el público disfruta a plenitud y el teatrero se siente satisfecho. Me gusta el teatro, desde hacer la fila para las entradas, esperar en la antesala, cuando las luces se apagan, cuando se abre el telón. Me gusta el teatro, cuando la historia se plasma en las líneas del guión, cuando es leído por primera vez y te impacta y envuelve, cuando es memorizado e interiorizado. Me gusta el teatro, cuando la magistral interpretación se ejecuta en el día a día de la cotidianidad de tu vida. Me gusta el teatro, cuando la pasión o la fatalidad reflejan el sentir de todos. Me gusta el teatro, cuando la diversión y el desenlace feliz hace sentir bien al público por sobre la tragedia de su vida. Me gusta el teatro, aunque nunca lo haya hecho, pero por sobre todo me gusta cuando lo hace mi gran amigo el dramaturgo, porque me hace sentir que soy parte de él!

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